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El gran apagón y el iluminado
La opinión de Diego Jalón, como cada viernes, en TRIBUNA
Se fue la luz. Bueno, más bien la electricidad, porque el lunes era un día luminoso, de sol radiante y cielos azules, ese color que según Kandinsky llama al hombre hacia el infinito. Había mucha luz, pero casi nada funcionaba, salvo lo que ha funcionado siempre, desde antes de que nos hiciéramos tecnológicos y sostenibles. Los pájaros seguían trinando, los niños jugaban al balón y los coches antiguos y pronto prohibidos rodando, sin tener ya que detenerse en los semáforos descoloridos.
Pero casi todo lo que ahora consideramos imprescindible en nuestro mundo feliz había pasado a mejor vida. Ni electrodomésticos, ni ordenadores, ni teléfonos, ni televisión... Ni siquiera era posible pagar en muchas tiendas. Sólo esos que manejan dinero en metálico, mayormente evasores fiscales, narcotraficantes o conspiranoicos, pudieron hacerse con esas garrafas de agua y esas latas de sardinas tan codiciadas cuando se avecina el apocalipsis zombi.
Afortunadamente, según nos contaron las radios en los coches y esos transistores a pilas recuperados del cajón de los trastos, el gobierno se había reunido en un comité de crisis. Y entonces supimos que ya nada podría salir mal. Como en Valencia hace unos meses, o durante el covid hace unos años, los políticos estaban sudando la camiseta para devolver nuestras vidas a la normalidad. Todo se iba a arreglar. Pronto sabríamos dónde estuvo Mazón durante esos cinco segundos críticos, en pocas horas estaría listo el relato y los hombres del presidente ya habrían calculado todas las oportunidades electorales del insólito apagón.
Horas después, Sánchez se dirigió a los españoles. Y nos dijo que se había ido la luz. Y que el suministro se iba a recuperar "pronto". Y, sobre todo, que no había que propagar bulos ni esparcir fango sino "seguir únicamente información oficial". Todo perfecto, salvo por el pequeño detalle de que varios días después seguimos sin tener ninguna información oficial. Luego, pasadas unas horas y cuando la luz ya había vuelto a la mayoría de los hogares, el presidente volvió a comparecer. Tampoco dijo nada, pero la población pudo asociar el retorno a la normalidad con la imagen del hombre que nos ilumina y nos protege.
Hubo que esperar al martes y entonces sí, conocimos por fin lo que había pergeñado el comité de crisis. Sánchez se nos apareció de nuevo. Y pudimos comprobar que la nueva política es esto, prescindir de los hechos y exponer un "marco conceptual". ¿Y cual es ese marco? Pues tampoco hay que ser experto en redes eléctricas para comprenderlo. Es la vieja historia de siempre, la de los buenos y los malos. Y en el relato de Sánchez el bueno siempre es él. Y luego, pues los malos van variando. A veces es la extrema derecha, otras son los bancos, los fondos buitre o los propietarios de viviendas y en esta ocasión son los "operadores privados". Porque como ya deberíamos saber, todo lo que no depende de Sánchez, lo que no puede controlar y dirigir, es a priori sospechoso y a posteriori malo malísimo.
Según la ley 24/2013 del Sistema Eléctrico, en España sólo hay un operador, que es Red Eléctrica. Pero Pedro Sánchez, el ser de luz que nos defiende de los bulos, nos habló de "operadores privados" y los puso bajo sospecha, porque para este gobierno lo privado siempre es malo. Ya anda por ahí Yolanda pidiendo que se nacionalice el sistema eléctrico ya que, como todo el mundo sabe, donde funciona bien la electricidad es en los países donde todo depende del estado, como en Cuba o en Venezuela. Allí no se quejan de los apagones, sólo se alegran cuando tienen suministro unas cuantas horas.
Pero dejándonos de marcos conceptuales y volviendo a los hechos, ya sé, soy un boomer trasnochado, lo que seguimos sin saber es qué pasó en esos cinco segundos en los que todo se fundió. Una "oscilación fuerte de la potencia" es la explicación que ha dado Red Eléctrica, esa empresa semipública que opera en monopolio y que dirige una registradora de la propiedad, exministra socialista y amiga de Sánchez. Y, repito, el único operador del sistema eléctrico español, por cierto el mejor del mundo hace unos meses y ahora ya sólo el mejor de Europa.
El presidente pide que no hagamos caso de los bulos y que no se especule, que para eso ya está él. Y busca culpables. Para él, el mejor amigo del hombre no es el perro, es el chivo expiatorio. Todos los que conocen de verdad el sistema eléctrico español, los técnicos y los ingenieros, explican que el fallo no se debe a un par de plantas fotovoltaicas que se desconectaron de repente, ni mucho menos a un ciberataque, sino a un fallo en la gestión del sistema. Es decir, un fallo en la gestión de Red Eléctrica, que ahora, según Sánchez, es también una compañía privada, por si acaso al final hay que admitir que fue la responsable del desastre.
La estrategia de Sánchez para estas cosas es ya sobradamente conocida, será por desastres desde que es presidente. Ni él ni su gobierno son nunca responsables de nada. El sistema eléctrico es una cosa que gestionan las empresas privadas, sin ningún control por su parte. Aunque resulta que cuando al cabo de varias horas se restablece la normalidad, el mérito es de Pedro, que nos ilumina. En cada catástrofe Sánchez encuentra oportunidades "hasta debajo de las piedras". Ya lo hizo con el covid, con el volcán, con la DANA... y ahora quiere repetir el truco.
Primero, manteniendo viva la llama del ciberataque, aprovecha para reivindicar su gasto en defensa, no olvidemos que él lo llama "inversión en seguridad". Luego señala a las centrales nucleares como elementos perturbadores cuando la necesidad de prolongar su vida útil empieza a ser un clamor. Y además, señala con su dedo acusador a las eléctricas, cuyas sedes está registrando. Esas eléctricas que le doblaron el brazo en el pulso del impuestazo. Hasta el exministro socialista Jordi Sevilla ha explicado que el gobierno lleva años sin atender las demandas del sector eléctrico para que se invierta en mejorar la red y que la sustitución de energías tradicionales por la fotovoltaica se haga con las necesarias cautelas técnicas y no con el ímpetu irreflexivo de una guerra ideológica. Pero a Sánchez no le preocupan los apagones, es un iluminado.